martes, 21 de diciembre de 2010

Nuestros queridos viejos

   Una vez mas me encontré frente a aquel lúgubre edificio de paredes despintadas escondidas entre grandes arboles desnudos. El viento frío jugaba con mi pelo mientras meditaba unos minutos antes de entrar. El paisaje era triste, gris; la tarde lluviosa y helada, mas aun allí.
   Seque mis zapatillas en el papel tendido en la entrada mientras mis ojos recorrieron el interminable pasillo que alguna vez lucio blanco resplandeciente. El silencio invadía el lugar junto con una nube de nostalgia que parecía flotar en el aire. Cada puerta que abría liberaba un rechinido que exaltaba a la sosegada atmósfera, busque y busque hasta que lo vi.

   Como siempre, sentado en esa esquina oscura del cuarto esperándome. Ya no veía, así que su rostro solo se iluminaba después de oír mi saludo, solo en ese momento se daba cuenta que yo estaba allí. Quien hubiera pensado que aquel hombre tan fuerte que solía ser, hoy era esa frágil persona que reposaba sobre una silla de maderas viejas. Si bien su cuerpo mostraba el cansancio de los años vividos se asomaba de sus ojos el resplandor del joven soñador que fue en tierras muy lejanas a estas.

   Ese día a la semana aquel triste lugar parecía cobrar vida, y esas paredes con tantas historias impregnadas hablaban. Me contaba sus vivencias, que habían sido muchas, presencio la guerra y sufrió el hambre, pero nunca se rindió, un gran luchador con tanto por decir, y sin embargo sus palabras quedaban atrapadas en el gris edificio.
   Las horas pasaban entre largas y tendidas charlas, el sol comenzaba a esconderse y ese era el llamado para pegar la vuelta. Tome mi mochila y entre promesas de volver en siete días me aleje por el eterno pasillo de paredes gastadas, con la imagen de él en su vieja silla y un nudo en la garganta.
   Una vez fuera, mis ojos recorrieron nuevamente el lúgubre edificio que tantas cosas tenia por contar. Aquellos muros muertos a primera vista estaban en realidad llenos de vida, porque créanme que ellos si habían oído las mas interesantes experiencias. Tal vez los muertos seamos nosotros que cometemos errores por no escuchar las vivencias de esos muros, que vivimos tan apurados que no tenemos tiempo de sentarnos a escuchar las historias de nuestros sabios viejos, que ni siquiera entendemos que cada linea sobre el rostro es un momento vivido, un recuerdo de un tiempo pasado, la marca de algo aprendido.

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