martes, 21 de diciembre de 2010

El amor maduro


 


Hoy te desesperas porque tus padres están viejos y achacosos. Se han convertido en una intromisión en tu apretada agenda, en una vergüenza cuando estás con tus amigos.
Comprende: Ahora tus padres están viejos.
Es tu oportunidad de reflexionar y crecer en el amor.
Los he puesto en tus manos para que aprendas a amar.
El problema no son ellos. Eres tú que has olvidado de lo que es amar. Se te ha endurecido el corazón y ahora es el momento de recapacitar. Ahora te llamo al amor para con ellos. El amor todo lo vence.
Si ellos derraman su comida sobre su ropa, si les cuesta atarse los zapatos... así fuiste tú y ellos te amaron.
Si les cuesta hablar y repiten lo mismo. Así fuiste tú y ellos te amaron.
Si tienen sus manías y sus achaques... recuerda que así fuiste tú, y te amaron.

Si te parecen inútiles y si no comprenden las nuevas tecnologías recuerda que así fuiste tú, y ellos te amaron.
Si caminan muy despacio y sacarlos a pasear requiere de tu paciencia, recuerda, así fuiste tú y ellos te amaron.
Si se hacen las necesidades en la cama. Recuerda así fuiste tú y te amaron.
Si te gritan y se incomodan sin razón, recuerda los lloriqueos que ellos soportaron de ti. Todo por amor.
Si te dicen que no quieren vivir. Comprende. Sólo te están demostrando su dolor y frustración porque sienten ser una molestia en tu vida. Es tu oportunidad para demostrarles con tu amor que ellos son más bien un don porque los amas.
Ellos te están enseñando a amar.
Recuerda, no hace mucho fuiste pequeño y ellos estuvieron a tu lado. Las mismas cosas de que te quejas las hiciste tú y ellos lo comprendieron todo. ¿Sabes por qué? Porque te amaron.
La misión de tus padres contigo no ha terminado. Yo me serví de ellos para darte vida y formarte en un hombre adulto, ahora te los pongo en tus manos para que te liberes de ti mismo y entres en la madurez del amor.
No temas. Yo estoy a tu lado.
Aprende a interpretar lo que te digan a la luz de mis enseñanzas y tendrás paz.

SI ME VES CANSADA


Si me ves cansada fuera del sendero,
ya casi sin fuerzas para hacer camino.

Si me ves sintiendo que la vida es dura,
porque ya no puedo, porque ya no sigo

ven a recordarme cómo es un comienzo,
ven a desafiarme con tu desafío.

Muéveme en el alma, vuélveme al impulso,
llévame a mí misma.

Yo sabré entonces encender mi lámpara
en el tiempo oscuro, entre el viento frío.

Volveré a ser fuego desde brasas quietas,
que alumbre y reviva mi andar peregrino.

Vuelve a susurrarme aquella consigna
del primer paso para un principio.

Muéstrame la garra que se necesita
para levantarse desde la caída.

Si me ves cansada fuera del sendero,
sin ver más espacios que el de los abismos.

Trae a mi memoria que también hay puentes,
que también hay alas que no hemos visto,

Que vamos armados de fe y de bravura,
que seremos siempre lo que hemos creído.

Que somos guerreros de la vida plena,
y todo nos guía hacia nuestro sitio.

Y que un primer paso, y que un nuevo empeño,
nos lleva a la forma de no ser vencidos.

Que el árbol se dobla, se agita, estremece,
deshoja y retoña, pero queda erguido.

Que el único trecho que da el adelante
es aquel que cubre nuestro pie extendido.

Si me ves cansada fuera del sendero,
solitaria y triste, quebrada, herida.

Siéntate a mi lado, tómame las manos,
entra por mis ojos hasta mi escondrijo.

Y dime . . . ¡SE PUEDE!,... e insiste,
¡SE PUEDE!,
Hasta que yo entienda que puedo lo mismo.

Que tu voz despierte, desde tu certeza,
a la que de cansancio se quedó dormida.

Y, tal vez, si quieres, préstame tus brazos,
para incorporarme, nueva y decidida.

Que la unión es triunfo
cuando hombro con hombro vamos,
¡sí, se puede!, con el mismo brío.

Si me ves cansada fuera del sendero,
lleva mi mirada hacia tu camino.

Hazme ver las huellas, que allá están marcadas,
de un paso tras otro por donde has venido.

Y vendrá contigo una madrugada,
la voz insistente para un nuevo inicio.

Que abriré otro rumbo porque sí he creído,
QUE SIEMPRE SE PUEDE...
¡se puede,....Amigos!


Marysol Salazar

La bendición de un anciano


Bendito eres,si comprendes que mis manos tiemblan
y que mis pies se han vuelto lentos.
Bendito eres,
si te acuerdas que mis oídos
ya no oyen tan bien
y que ya no entiendo todo.
Bendito eres,
si sabes que mis ojos ya no ven bien
y que ya no entiendo todo
Bendito eres,
si no te pones violento
porque dejé caer la taza más bonita
o porque por enésima vez te repito
el mismo cuento
Bendito eres,
si me sonríes y me preguntas
por los días de mi juventud.
 Bendito eres,
si me tratas con ternura,
entiendes mis lágrimas silenciosas
y me haces sentir que soy amado. 
Bendito eres,
si te quedas un poco más conmigo
y me tomas de la mano un ratito
cuando deba entrar solo en la noche
Bendito eres, y yo
cuando esté en el cielo
alumbraré las estrellas para tí.

Nuestros queridos viejos

   Una vez mas me encontré frente a aquel lúgubre edificio de paredes despintadas escondidas entre grandes arboles desnudos. El viento frío jugaba con mi pelo mientras meditaba unos minutos antes de entrar. El paisaje era triste, gris; la tarde lluviosa y helada, mas aun allí.
   Seque mis zapatillas en el papel tendido en la entrada mientras mis ojos recorrieron el interminable pasillo que alguna vez lucio blanco resplandeciente. El silencio invadía el lugar junto con una nube de nostalgia que parecía flotar en el aire. Cada puerta que abría liberaba un rechinido que exaltaba a la sosegada atmósfera, busque y busque hasta que lo vi.

   Como siempre, sentado en esa esquina oscura del cuarto esperándome. Ya no veía, así que su rostro solo se iluminaba después de oír mi saludo, solo en ese momento se daba cuenta que yo estaba allí. Quien hubiera pensado que aquel hombre tan fuerte que solía ser, hoy era esa frágil persona que reposaba sobre una silla de maderas viejas. Si bien su cuerpo mostraba el cansancio de los años vividos se asomaba de sus ojos el resplandor del joven soñador que fue en tierras muy lejanas a estas.

   Ese día a la semana aquel triste lugar parecía cobrar vida, y esas paredes con tantas historias impregnadas hablaban. Me contaba sus vivencias, que habían sido muchas, presencio la guerra y sufrió el hambre, pero nunca se rindió, un gran luchador con tanto por decir, y sin embargo sus palabras quedaban atrapadas en el gris edificio.
   Las horas pasaban entre largas y tendidas charlas, el sol comenzaba a esconderse y ese era el llamado para pegar la vuelta. Tome mi mochila y entre promesas de volver en siete días me aleje por el eterno pasillo de paredes gastadas, con la imagen de él en su vieja silla y un nudo en la garganta.
   Una vez fuera, mis ojos recorrieron nuevamente el lúgubre edificio que tantas cosas tenia por contar. Aquellos muros muertos a primera vista estaban en realidad llenos de vida, porque créanme que ellos si habían oído las mas interesantes experiencias. Tal vez los muertos seamos nosotros que cometemos errores por no escuchar las vivencias de esos muros, que vivimos tan apurados que no tenemos tiempo de sentarnos a escuchar las historias de nuestros sabios viejos, que ni siquiera entendemos que cada linea sobre el rostro es un momento vivido, un recuerdo de un tiempo pasado, la marca de algo aprendido.

“Los deseos de un Anciano”

  • Deseo que me hagas sentir que soy amado, que soy útil todavía, que no estoy solo.
  • Deseo permanecer en mi casa o en la tuya.
  • Deseo que cuando comamos en la misma mesa me des conversación a pesar de que yo apenas hable.
  • Deseo que me visites a menudo en la residencia, en caso de que te veas obligado a internarme en ella.
  • Deseo que me ames por lo que soy y no por lo que tengo.
  • Deseo que llenes de cariño y comprensión esta última etapa.
  • Deseo que no bromees de mi paso vacilante o de mi mano temblorosa.
  • Deseo que comprendas mi incapacidad de oír como antes y que por lo tanto, me hables despacio y claro, pero sin gritar, si no es necesario.
  • Deseo que tengas en cuenta que mis ojos se están nublando, y que no me eches en cara ni te rías de mí, cuando tropiezo o derramo la taza de café sobre la mesa.
  • Deseo que me ofrezcas asiento en el autobús y la preferencia en la acera, así como que respetes mi paso lento al cruzar la calle.
  • Deseo que tengas tiempo para escucharme sin prisas, aunque lo que yo te diga te importe poco o nada.
  • Deseo que no me digas: “ya me has contado tres veces lo mismo”, y me escuches como si fuera la primera vez que te lo cuento.
  • Deseo que me recuerdes los aciertos y éxitos de mi vida pasada y que no me hables de mis errores y fracasos.
  • Deseo poder sentir la caricia de tu mano sobre la mía y escuchar sin agobiarme palabras suaves de ánimo, cuando esté al final de mis días háblame entonces de la misericordia de Dios.
  • Gracias, mil gracias por atender mis deseos. UN DIA OTROS LOS HARAN POSIBLES PARA TI.

Las Manos del Abuelo....

     

¡Nunca volveré a ver mis manos de la misma manera!



El abuelo, con noventa y tantos años, sentado débilmente en la
banca del patio. No se movía, sólo estaba sentado cabizbajo
mirando sus manos.
 Cuando me senté a su lado no se dio por enterado y cuanto más
tiempo pasaba, más me preguntaba si estaría bien.
Finalmente, no queriendo realmente estorbarle sino verificar que
estuviese bien, le pregunté cómo se sentía.
Levantó su cabeza, me miró y sonrió. "Sí, estoy bien, gracias por
preguntar", dijo en una fuerte y clara voz.
 "No quise molestarte, abuelo, pero estabas sentado aquí
simplemente mirando tus manos y quise estar seguro de que
estuvieses bien", le expliqué. "¿Te has mirado tus manos?"
preguntó. "Quiero decir, ¿realmente nada más mirarte
 las manos?"
 Lentamente abrí mis manos y me quedé contemplándolas.
 Las volví, palmas hacia arriba y luego hacia abajo. No, creo que
 realmente nunca las había observado, le dije mientras intentaba
 averiguar qué quería decirme. El abuelo sonrió y me contó esta
 historia:
 "Detente y piensa por un momento acerca de tus manos, cómo te
han servido bien a través de los años. Estas manos, aunque
 arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas que he usado
 toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida. Ellas
pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo. Cuando niño,
mi madre me enseñó a plegarlas en oración.
 Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a
 ponerme mis botas. Han estado sucias, raspadas y ásperas,
 hinchadas y dobladas. Se mostraron torpes cuando intenté
sostener a mi recién nacido hijo. Decoradas con mi anillo de
bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y que amaba a
alguien muy en especial. Ellas temblaron cuando enterré a mis
 padres y esposa y cuando caminé por el pasillo con mi hija en
su boda. Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello y lavado y
limpiado el resto de mi cuerpo. Han estado pegajosas y húmedas,
 dobladas y quebradas, secas y cortadas. Y hasta el día de hoy,
 cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos
 me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen plegando
 para orar.
Estas manos son la marca de donde he estado y la rudeza de
mi vida. Pero más importante aún, es que son ellas las que
 Dios tomará en las Suyas cuando me lleve a Casa. Y con
 mis manos, Él me levantará para estar a Su lado y allí utilizaré
 estas manos para tocar Su Rostro".
 Nunca volveré a mirar mis manos de la misma manera.
 Pero recuerdo que Dios estiró las Suyas y tomó las de mi abuelo
 y se lo llevó a casa.
 Cuando mis manos están heridas o dolidas, pienso en el abuelo.
 Sé que él ha recibido palmaditas y abrazos de las manos de Dios.
 Yo también quiero tocar el rostro de Dios y sentir
 Sus manos en el mío.
Nuestras manos son una genuina bendición…
 de hecho, basta imaginarnos el vernos privados de ellas o su uso
 para darnos cuenta de cuán importantes son.
 Otra cosa que la historia de hoy me hizo pensar fue lo que
hacemos con esas manos en cuanto a nuestras relaciones
 con los demás: ¿las usaremos para abrazar y expresar cariño
 y afecto o las esgrimiremos para exhibir ira y rechazo?
Ojalá que este pensamiento nos ayude a escoger con sabiduría.

Desconozco su autor