martes, 21 de diciembre de 2010

Las Manos del Abuelo....

     

¡Nunca volveré a ver mis manos de la misma manera!



El abuelo, con noventa y tantos años, sentado débilmente en la
banca del patio. No se movía, sólo estaba sentado cabizbajo
mirando sus manos.
 Cuando me senté a su lado no se dio por enterado y cuanto más
tiempo pasaba, más me preguntaba si estaría bien.
Finalmente, no queriendo realmente estorbarle sino verificar que
estuviese bien, le pregunté cómo se sentía.
Levantó su cabeza, me miró y sonrió. "Sí, estoy bien, gracias por
preguntar", dijo en una fuerte y clara voz.
 "No quise molestarte, abuelo, pero estabas sentado aquí
simplemente mirando tus manos y quise estar seguro de que
estuvieses bien", le expliqué. "¿Te has mirado tus manos?"
preguntó. "Quiero decir, ¿realmente nada más mirarte
 las manos?"
 Lentamente abrí mis manos y me quedé contemplándolas.
 Las volví, palmas hacia arriba y luego hacia abajo. No, creo que
 realmente nunca las había observado, le dije mientras intentaba
 averiguar qué quería decirme. El abuelo sonrió y me contó esta
 historia:
 "Detente y piensa por un momento acerca de tus manos, cómo te
han servido bien a través de los años. Estas manos, aunque
 arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas que he usado
 toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida. Ellas
pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo. Cuando niño,
mi madre me enseñó a plegarlas en oración.
 Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a
 ponerme mis botas. Han estado sucias, raspadas y ásperas,
 hinchadas y dobladas. Se mostraron torpes cuando intenté
sostener a mi recién nacido hijo. Decoradas con mi anillo de
bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y que amaba a
alguien muy en especial. Ellas temblaron cuando enterré a mis
 padres y esposa y cuando caminé por el pasillo con mi hija en
su boda. Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello y lavado y
limpiado el resto de mi cuerpo. Han estado pegajosas y húmedas,
 dobladas y quebradas, secas y cortadas. Y hasta el día de hoy,
 cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos
 me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen plegando
 para orar.
Estas manos son la marca de donde he estado y la rudeza de
mi vida. Pero más importante aún, es que son ellas las que
 Dios tomará en las Suyas cuando me lleve a Casa. Y con
 mis manos, Él me levantará para estar a Su lado y allí utilizaré
 estas manos para tocar Su Rostro".
 Nunca volveré a mirar mis manos de la misma manera.
 Pero recuerdo que Dios estiró las Suyas y tomó las de mi abuelo
 y se lo llevó a casa.
 Cuando mis manos están heridas o dolidas, pienso en el abuelo.
 Sé que él ha recibido palmaditas y abrazos de las manos de Dios.
 Yo también quiero tocar el rostro de Dios y sentir
 Sus manos en el mío.
Nuestras manos son una genuina bendición…
 de hecho, basta imaginarnos el vernos privados de ellas o su uso
 para darnos cuenta de cuán importantes son.
 Otra cosa que la historia de hoy me hizo pensar fue lo que
hacemos con esas manos en cuanto a nuestras relaciones
 con los demás: ¿las usaremos para abrazar y expresar cariño
 y afecto o las esgrimiremos para exhibir ira y rechazo?
Ojalá que este pensamiento nos ayude a escoger con sabiduría.

Desconozco su autor

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